Europa no ha terminado con la inflación. La subida de los precios alcanzó el 8,5% en febrero (en doce meses), según los datos publicados por Eurostat el jueves 2 de marzo. Esto está muy ligeramente por debajo del nivel de 8,6% en enero, y una caída más pronunciada desde el pico de octubre (10,1%). Pero el declive sigue siendo lento.

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En varios de los principales países europeos, la inflación está incluso en aumento. Es el caso de Francia (del 7% en enero al 7,2% en febrero), Alemania (del 9,2% al 9,3%) o España (del 5,9% al 6,1%). Por cierto, Francia, durante mucho tiempo el país menos afectado del Viejo Continente gracias al escudo energético, ahora se encuentra aproximadamente en la media europea. Por el contrario, se ha calculado un ligero descenso en Italia, Austria o Bélgica.

La única buena noticia: el choque energético cede gradualmente. El invierno transcurrió mejor de lo esperado, sin escasez de gasolina ni racionamientos, y los precios volvieron a los niveles de antes de la guerra. Hoy, la inflación energética en la zona euro se acerca al 14 %, frente al entorno del 40 % de principios de otoño de 2022.

Espiral inflacionaria

Pero, por lo demás, la presión sobre los precios sigue extendiéndose a todos los sectores. La alimentación, que pesa especialmente sobre los hogares más precarios, está experimentando una inflación del 15%, récord absoluto desde la creación de la zona euro. Asimismo, la inflación denominada “básica”, es decir, sin alimentos, energía, tabaco y alcohol, que son los elementos más volátiles, sigue aumentando, ahora al 5,6%, frente al 5,3% de enero. Este índice es observado muy de cerca por los economistas, porque sirve como guía para la persistencia de la inflación. En otra señal preocupante, los aumentos de precios en el sector servicios alcanzaron el 4,8%, frente al 4,4% de enero.

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Esta transmisión de la inflación a toda la economía obviamente no es una sorpresa. Gradualmente, las empresas están trasladando el aumento de los costos de energía a sus clientes. Las estadísticas confirman esta tendencia: al comienzo de la guerra, el choque se concentró en los precios de la energía; luego se extendió a los alimentos, en particular debido al fuerte aumento en el costo de los fertilizantes; luego pasó a los bienes de consumo; ahora llega a los servicios.

El problema es que cuanto más se siente esta realidad, más se empuja a los empleados a pedir aumentos de remuneración para compensar la pérdida de su poder adquisitivo, y más se acerca el riesgo de una espiral inflacionaria.

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