Andamos casos de nosotros mismos

“El hombre es el animal que promete”, sostiene Nietzsche. Sin embargo, lo cierto es que nos estamos volviendo cada vez menos promisorios y más precarios.

Decía sabia e irónicamente Ortega y Gasset que “lo que nos pasa es que no sabemos qué es lo que nos pasa”, pero sí lo intuimos: en tiempo de inflación planetaria del yo cada uno se ha vuelto más pobre que nunca, más deficitario, menoscabado por su creciente carestía y precariedad.

Así, lo identitario se ha vuelto mismidad y solipsismo a base de una ética del énfasis individualista, y ese solipsismo nos sitúa cada vez más lejos de ser nuestro mejor presagio, nuestro augurio más cierto. Quien se autodefine pura y llanamente como individuo, no solo no frecuenta a los otros, sino que también -y sobre todo- ha dejado de frecuentarse a sí mismo.

El verso admonitorio del poeta griego Píndaro “llega a ser el que eres” implica la premisa de un yo hacia el que se puede arribar, un yo que no es el antes de un después, como la frase parece sugerir, sino el adentro de un , ya esos adentros solo se los alcanza viajando, y viajar afuera supone un proyecto, no solo un trayecto, imposible para quien no está en condiciones de alcanzarse.

Aunque no lo parezca, en la cultura predominante de la diversión hemos perdido la costumbre de viajar proyectando de ese modo, contando con el futuro, y hoy apenas somos excursionistas haciendo turismo, muy lejos de la antigua costumbre del viaje interior, esa experiencia íntima y personalísima de andar frecuentándonos, y que hoy nos aterra preventivamente por presumir une barren vacío al final del camino, temerosos de lo que podemos encontrar, y más temerosos todavía de no encontrar nada, y tanto como nos aterra nos desalienta de arriesgar la vida en el empeño

Quien no se tiene a sí mismo, quien no se frecuenta por habitar tan solo en la divertida exterioridad, no puede proyectarse al futuro y no puede prometer, pues prometer no significa que alguien nos aguardará en-ese-momento-futuro en función de la palabra empeñada: significa siempre un quién que desde ahora mismo ya nos espera.

Somos seres “futurizos”, decía Julián Marías, capaz por lo tanto de garantizar islas de seguridad en el mañana aun a pesar los tembladerales del tiempo y los vaivenes de la fortuna, pues solo un ser superavitario puede de aventurarse a los días que habrán de llegar .

Sin embargo, una cultura juvenil como la nuestra, una cultura que ha elevado una categoría moral el andar precario de sí, y como valores de la época los propios de la adolescencia, el ensimismamiento y la imprudencia que lleva a la precipitación, como si la la espontaneidad fuera sabiduría, no es el terreno más fértil para proyectar, pues a pesar de las apariencias, proyectar es tener futuro y los jóvenes propiamente no lo tienen, escasos como andan en el tener: tan solo tienen más tiempo por delante.

Andar escasos de nosotros mismos, haber perdido la costumbre de frecuentarnos, tiene como gran consecuencia que se vanece la única instancia desde la que se puede tener: el yo. Solo de la sobreabundancia del yo, que no de su real pobreza exorbitante, cabe esperar que alcancemos el proyecto más lleno de desafío y maravilla que desde siempre hemos tenido como un tesoro en las manos: nosotros mismos.

Carlos Álvarez Teijeiro es profesor de ética de la comunicación. Escuela de Posgrados en Comunicación de la Universidad Austral.

By Rosel Geek

Related Posts